“La Antropología del arte y la educación de los públicos van más allá del reconocimiento intelectual del valor estético de una pieza; sino que se dirigen a cambiar nuestra comprensión de cómo se produce y cuál es la función del arte en nuestra vida.”

Patricia Tovar

EL ARTE COMO UNA FORMA DE SER Y ESTAR CON LOS OTROS

Me maravilla sentir mi cuerpa tan ágil, flexible y libre a cuarenta años de haberse desprendido del territorio de mi madre. Más que nunca en todo este viaje he encontrado paisajes extendidos, amplios y en constante transformación. Son paisajes a ratos telúricos que en su movimiento arrastran todo a su paso, ayudando a drenar este terreno fértil para que todo fluya mas libremente. 

Me gusta el paisaje de mis piernas al saludar a la tierra cuando bailo, y el de los dedos de mis manos al recibir la lluvia por la mañana. Voy creciendo con cada rayo de sol y lo mejor de todo es que no sé hacia donde, es un permanente misterio. Yo solo sé donde están mis pies. Enraizados en los mallines y bosques húmedos de mi Sur, me entregan la fuerza para abrazar y amar a todos los ecosistemas que me rodean. El agua de mi vientre crea un espacio tibio y húmedo donde crecen todo tipo de semillas, se van abriendo a mi paso nalcas, calafates y arrayanes. Al seguir camino arriba por esta cordillera diversa que me atraviesa, me encuentro con un valle contenedor de voces y cascadas invertidas que cada cierto tiempo empujan las aguas hacia mis dos manantiales superiores. Allá en mis mas altas cumbres, se entrecruzan las aguas provenientes de mis polos afectivos, son las que me confunden y estrechan la brecha entre el dolor y el placer.

Hoy los jilgueros cantan mas fuerte que nunca, desbordan mis tímpanos con música ancestral. Canciones de mujeres lavando las sábanas en el río, pariendo en un barco en el medio del mar, cosechando habas, cosiendo vestidos, devolviendo a la tierra los cuerpos de sus recién nacidos. Hay tantas historias en este lugar como lunas girando en mi cielo oscuro.

El viento deja huella en mis lugares ocultos, cavernas escondidas que en su interior dan refugio a multiples seres incorpóreos. Me habitan, conviven y se agitan con cada luna llena -quizás son ellos los responsables del insomnio que me inunda cada cierto tiempo. Aunque no es muy usual, el viento me penetra a raudales y sin contención sale expulsado en forma de gritos y sollozos. Estos últimos meses las ráfagas han sido de 80 km/h y yo asombrosamente sigo de pie. 

Aquí en esta cuerpa-territorio latinoamericana la injusticia, codicia y crueldad externa hacen que ardan bosques y pueblos completos. Llevo ya un tiempo haciendo planes de manejo para poder reducir los daños, es un trabajo extenuante al que le dedico mucho tiempo y esfuerzo. Busco estrategias constantemente para al menos predecir las erupciones, pero es en vano pues la lava corre por mis venas y al encontrarse con el río solo se hace mas grande. Es mi lahar de cuestionamientos. Ahora en primavera, hay días en que pese a todo el humo y las llamas, las golondrinas retornan para hacer sus nidos en mi pelo. Y ese espectáculo apacigua todos mis volcanes.

Cuando mi cuerpa se mueve a su ritmo algo pasa en mi interior que todo encuentra su lugar. Encuentra paisajes nuevos, lejanos, soñados y otros ya habitados hace cientos de años. También algo pasa con el tiempo, se chasconea todo, se pone patas pa’rriba, se da permiso pa’ correr sin números ni secuencias, para ser impredecible, espontáneo y a veces fugaz. Esto puede que no les guste mucho a los de Omelas, ni tampoco a la mayoría de los Chilenos.. Quizás por eso yo me di el permiso de migrar: para poder crear mi propio tempo.

Durante estos seis meses mi mente se ha ido lavando a medida que mis ríos han ido fluyendo, mis afectos han emergido de lo profundo para encontrarse con el agua dulce de otras miradas. Junto a otrxs me he hecho sal, algas, truchas, montañas, quetzales, nubes, bosques y sobre todo agua. Hemos tejido nuestros sentipensares en transformación continua hacia una vivencia en conjunto. Maleable y plástica como el barro, que luego de pasar por las manos y por el fuego se hace vasija contenedora de otros mares sensibles.

Descubrí el otro día que mi cuerpa se refleja en los manantiales de los otros y que sus voces son también el aire que respiro. Las sonrisas, abrazos y lágrimas me riegan y así mis ramas van creciendo hasta tocar el cielo con la punta de mis dedos. Todos ellos quizás nunca sabrán cuanto me han nutrido, ni cuan responsables son de que mis raíces se hayan sumergido profundamente en esta tierra húmeda y abundante. Y es que no se puede entender solo con la mente la mezcla de dolor y alegría que han producido, es algo así como comenzar a percibir la certeza de que mi vida ha cambiado irremediablemente. Quizás en futuros no muy lejanos y en dimensiones mas bien sutiles logre reconocer completamente esto que me remueve y de lo que tantos otros son parte. 

Muevo mi cuerpa en consciencia porque cada vez que lo hago me abro al diálogo con la vida. Una vida en relación, constante transformación y reescritura. Mi cuerpa recupera el gozo secuestrado cuando mis pies descalzos saludan a la tierra con saltos y fuertes pisadas, cuando las lágrimas caen sin temor a ser vistas para luego dibujar amplias sonrisas, cuando mi mirada y mi voz divergente es bien recibida y abrazada. 

Es el movimiento el que hoy escribe una nueva historia en mí, una de conexión circular y de territorio encarnado. En este viaje me llevo en la maleta cada pedacito de este lugar que me vió nacer y renacer tantas veces. Me llevo los lagos de cientos de miradas, las nieves de pelos largos, el fuego de los abrazos, el viento de las voces y sollozos, las montañas sabias de sus relatos… Para que donde sea que se encuentre esta cuerpa siempre recuerde que es el otro el que le da sentido a su existencia.

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